NÓMADAS "Trashumantes de Aliste"
Actualizado: 29 jun 2021
Texto. Marcos Antón Roncero
Durante siglos, las encinas y robles de Aliste y Sanabria han dado sombra a los pastores trashumantes de la provincia de Zamora. Nómadas de la ganadería que, todavía hoy, repiten cada verano un viaje a través de las comarcas del oeste de Zamora. Una forma de vida heredada de sus antepasados; un rito ancestral que unos pocos se resisten a dejar caer en el olvido.

La trashumancia ha llegado hasta nuestros días como continuación de las prácticas ganaderas de las primeras tribus celtas que poblaron la provincia. El espíritu de los primeros pobladores pervive en los herederos de esta vetusta práctica, los pastores alistanos, quienes han cambiado sus características capas de tonos pardos por el mono de trabajo para dirigir a sus rebaños de ganado melado hasta la sierra sanabresa durante la época estival. Ovejas en su mayoría, pero también cabras que, junto a los perros pastores, forman una peculiar cabaña ganadera de más de 5.000 cabezas que sorprende a turistas y extraños.

Esta trasterminancia alistana ha convivido durante los últimos años con los trashumantes extremeños que llegaban por tren o carretera hasta la sierra. A día de hoy, los «churreros» de Aliste —llamados así debido a que en un principio sus cabañas estaban integradas por ovejas churras—, son el último vestigio de pastoreo trashumante que sobrevive en la provincia. Un oficio milenario condenado a la desaparición, pero que unos pocos pastores siguen rescatando del olvido cada verano.
Un duro y atávico viaje, casi ascético, a través de los pueblos y valles del noroeste de la región, que culmina en las inmediaciones del pico de Peña Trevinca, la cumbre más alta de la provincia. En la sierra sanabresa el ganado recibe su recompensa tras el largo viaje: amplias extensiones de pasto verde, escaso y agostado en la comarca alistana debido al calor estival. Pero para los «churreros» esta no es la última etapa del viaje. Con el final del verano llega el momento de emprender el camino de regreso.

La trashumancia se convierte así en un viaje de ida y vuelta de varios meses de duración en los que pastores y canes comparten una jornada que comienza con las primeras luces del alba y se extiende hasta el ocaso, cuando cae la noche y llega el momento de dormitar al raso, junto a los animales, siempre alerta para mantener al lobo alejado del rebaño. Una vez en casa, los pastores son recibidos como auténticos héroes por sus familias y llega el momento de repartir el ganado entre sus dueños. Por delante quedan tres estaciones de pastoreo estabulado y de cortos caminos antes de prepararse para un nuevo verano en busca de las tierras fértiles de la Alta Sanabria.
Un viaje que queda inmortalizado en las imágenes que componen un proyecto fotográfico elaborado durante más de seis años de trabajo y que acerca al visitante a la milenaria tradición de la trashumancia.